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Curso 2016/17

jueves, 26 de noviembre de 2009

EL ARREBATAMIENTO NO SABE DE ESPACIOS


Isabel Ubé

El arrebatamiento no sabe de espacios, menos aún si ese espacio es la tela de un cuadro en blanco.

Mi amigo Bertrand me invita a mí y a otros seis amigos a pasar las vacaciones de Semana Santa en su casa, una villa situada en las afueras de París. Sus padres y su hermana se han marchado de viaje y tenemos la casa para nosotros solos. Ocho amigos, cinco chicas y tres chicos, casi todos con la mayoría de edad recién estrenada.Corre el año mil novecientos setenta y cinco.

En nuestro primer día juntos, cansados algunos por el viaje y todos emocionados por el reencuentro, afloran sentimientos de amistad. Después de comer dormitamos al arrullo del calor de la chimenea. Bertrand coloca en el centro de la estancia un caballete sobre el que posa la tela de un cuadro aún sin estrenar. Al lado, sobre una pequeña mesa, deja una paleta, pinceles y tubos de pintura al óleo.

Me levanto del sofá para poner un disco que acompase esta atmósfera un tanto bohemia. Elijo uno y lo dejo sobre el plato del tocadiscos. El vinilo comienza a girar y bajo el yugo de la aguja nos regala la voz de Gérard Philippe contándonos un cuento: “Le Petit Prince”. Todos escuchamos en silencio y con los ojos cerrados. Cuando la voz se apaga abro los ojos y veo algunas lágrimas rodar por algunas mejillas.

Michel va a buscar su guitarra. Vuelve abrazado a ella como si fuese su novia. Se sienta en el reposabrazos de un sofá y comienza a rasguear las cuerdas arrancando sonidos que ya conocemos.

Sophie es la primera que se atreve a estrenar el lienzo. Su mano dirige el pincel y un trazo rojo rompe el blanco inmaculado de la tela. Y ese gesto, ese toque de color sangre parece que nos despierta. Todos nos precipitamos, en un arrebatamiento generalizado, hacia la paleta de colores y estampamos el sello de nuestra incipiente personalidad. Allí quedan también reflejadas nuestras frustraciones, nuestros anhelos…Una explosión de colores que configuran un jardín fantástico y vital.

Todos rebosamos energía y en medio de la algarabía generalizada alguien propone que nos disfracemos. Subimos en tropel hasta el desván y saqueamos los viejos arcones buscando alguna prenda de vestir que pueda servir a nuestros fines. También escudriñamos los restantes armarios roperos de la casa, invadiendo la intimidad de los propietarios, pero el fin justifica los medios. Al cabo de una hora aproximadamente, todos estamos guapísimos enfundados en ropajes de época, pero sobre todo Fran, con una preciosa capa de color verde y un sombrero con pluma que le da un estilo a lo “Don Juan Tenorio”. Y de esta guisa y a pesar de una finísima lluvia, salimos a la calle y cogemos el tren de cercanías que nos deja en “La Gare Saint Lazare”. De allí nos vamos al barrio de Montparnasse, que está muy de moda, a una cervecería belga y luego a un restaurante chino a cenar.

Volvemos a casa cansados. En el reparto de dormitorios me toca la habitación de la hermana de Bertrand. ¡Qué suerte!. Es un dormitorio precioso, amplio, acogedor, en tonos rosa pálido y con chimenea y todo. Me acuesto y me duermo al instante.

Dos rayitas de sol se filtran por la persiana de la ventana y me despiertan. Aún soñolienta tardo un poco en ubicarme, pero me encuentro muy cómoda y calentita. Al moverme en la cama, unas finísimas plumitas blancas se escapan por la urdimbre del edredón y vuelan sobre mi cabeza. Intento cazarlas y al girarme veo sobre la mesita de noche un huevo. ¿Alguna vez he tenido yo un buey? Intento despertarme del todo y escapar del estado alfa de mi cerebro que relaciona el huevo con la obra de Ionesco.

Oigo voces y una suave música de fondo. Me levanto con el huevo en la mano y salgo del dormitorio. Las voces proceden de la cocina. Me dirijo hacia allí y conforme me acerco me llega un reconfortante aroma a café. Aline y Catherine están preparando el desayuno. Me quedo un momento apoyada en el marco de la puerta y noto que me abrazan por detrás. Es Anne, que como yo, se acaba de levantar. También trae un huevo en la mano.

Todos hemos recibido huevos de Pascua de chocolate. ¡Qué ricos! Nos los comemos junto al café con leche y las tostadas.

La Nana de Bertrand, que siempre cuidó de él y su hermana desde pequeñitos ha venido a vernos, a vigilar un poco a esta pandilla de jóvenes y ha sido ella quien nos ha traído el presente de los huevos de Pascua. Nosotros, con todo nuestro cariño, le regalamos el cuadro que pintamos ayer entre todos.


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