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Curso 2016/17

domingo, 1 de noviembre de 2009

UN ERROR DE LA NATURALEZA



Elena Torrejoncillo

Lo intuí desde muy pequeño. Sin duda había sido un error de la Naturaleza. Siempre tuve conciencia de ser diferente. Cuando mis hermanos competían entre sí en fuerza, y para ver quien era capaz de lanzar las llamaradas más potentes, yo apenas era capaz de vomitar unas pocas chispas. Y no era eso –desde luego- lo que cabía esperar de un dragón. A ver… ¿A quién iba yo a poder aterrorizar con tas escasos dones?.

Cuando crecí, sin que mis atributos de dragón se desarrollaran convenientemente, mis decepcionados padres, convocaron al más afamado mago del reino de los dragones, para que deshiciera el maleficio que, sin duda, sobre mí pesaba.

Éste, se empleo a fondo con todas sus artes y conocimientos. Incluso me hizo visualizar a las más hermosas y tentadoras princesas, hacía las que se suponía era imposible no sentir un irrefrenable impulso de rapto. Resultó todo inútil. En lugar de ese deseo, a mí me producían una ternura infinita y sentimientos de protección frente al mal que –se suponía- yo representaba.

Lejos de mejorar, con la edad fui empeorando. Cada vez me volvía más sensible y soñador. Pasaba los días contemplando el cielo y sintiendo una infinita envidia hacía esos seres que podían surcarlo a placer. Contemplaba su vuelo ligero y mi enorme cuerpo se me antojaba una pesada roca, tan pesada como una condena que debía arrastrar de por vida. Sí, la Naturaleza había cometido un grave error conmigo… Había encerrado en un cuerpo de dragón, a un alma que había nacido para ser gaviota.

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